Chile, bocado a bocado (capítulo II)
Patagonia, la belleza del fin del mundo
Algo más de 2.000 km. al sur de Santiago de Chile se ubica Punta Arenas, la capital de la región de Magallanes conocida como la ciudad del fin del mundo. Se trata de un lugar de paso que, a pesar del frío extremo, tiene su encanto. Nosotros no quisimos perder la oportunidad de pasear por sus calles y navegar por el Estrecho de Magallanes hasta Isla Magdalena (declarada Monumento Natural), donde habita una de las colonias más extensas de pingüinos del mundo.
Qué comer en Patagonia
Para reponer fuerzas, el cordero magallánico es una opción muy interesante, que sirven en restaurantes de Punta Arenas, como en Los Ganaderos. A escasos metros del Hostal La Estancia, donde nos alojamos, se ubica un local que puede pasar desapercibido, en el que acabamos de casualidad pero nos encontramos como en casa, con comida casera y una atención excelente a un precio competitivo.
Y para paladares menos exigentes, podemos recomendar el Lomit´s, un local frecuentado por lugareños donde se sirve comida rápida a buen precio.
Pero la Patagonia para nosotros tenía un nombre propio: Torres del Paine, el parque nacional más hermoso de Chile. Durante tres días, anduvimos entre paisajes espectaculares, hicimos kayak entre témpanos de hielo en el lago Gray, dormimos en una tienda de campaña con rachas de más de 100 km. por hora y caminamos hasta el maravilloso mirador de las Torres del Paine. En esta ocasión, la gastronomía, limitada a unas pobres box lunch y a comida de batalla en refugios de montaña, cedió el protagonismo a la naturaleza en estado puro.
La Región de los Lagos, aventura sin fin
Desde la belleza más gélida, volamos dirección norte hasta Puerto Montt, donde alquilamos un coche para llegar a Puerto Varas, una preciosa ciudad de arquitectura alemana, flanqueada por los volcanes Osorno y Cabulca.
Paseando al atardecer entre sus calles nos topamos con el restaurante Las Buenas Brasas, un lugar acogedor con un pequeño jardín y cuya especialidad, como no podía ser de otra manera, son las carnes a la brasa. Tras una noche en Puerto Varas seguimos nuestro rumbo conduciendo hasta Pucón, atravesando carreteras secundarias y lagos extensos como el Panguipulli. Pucón es uno de los destinos turísticos más populares entre los chilenos. Bajo la custodia del espectacular volcán Villarica, ofrece multitud de actividades de aventura, como el rafting por el río de Trancura –que nos fascinó-, las múltiples pozas termales, el lago Caburgua o la caminata hasta el mismo volcán Villarica.
Este pueblo cuenta con una amplia oferta gastronómica. Nosotros elegimos la pizzería Cala, con un horno de leña que cocina unas pizzas sabrosas y de tamaño generoso, un establecimiento muy recomendable al que acudimos en dos ocasiones. La terraza del asador El Chamán nos permitió disfrutar de una comida más agradable por las vistas al volcán Villarrica con un pisco y una copa de tinto chileno El Casillero del Diablo en la mano que por unas carnes sin personalidad.
Atacama, el desierto más árido del mundo
En la última escala del viaje, abandonamos los verdes paisajes para volar hasta el norte del país. El desierto de Atacama abraza una gran parte de Chile y supuso un contraste brutal con los parajes que habíamos vivido hasta entonces.
Desde el aeropuerto de Calama hasta San Pedro de Atacama, los paisajes aterradoramente desérticos nos dejaron sin palabras. San Pedro de Atacama es el punto de partida hacia las rutas más bonitas del desierto. Arropado por el volcán Licáncabur (5.916 m.), vive de un turismo que no siempre respeta la tranquilidad de sus vecinos. Entre mercadillos típicos mapuches y las calles de adobe más fotografiadas del mundo encontramos algún restaurante interesante, aunque es preciso matizar que se trata de una gastronomía casi de subsistencia.
Dónde comer en Atacama
Caímos en la trampa de cenar en un típico restaurante para turistas, la Estaka, con una comida bastante deficiente a un precio descompensado.
Sin embargo, nos sorprendió el restaurante Casa Piedra, por sus deliciosas pizzas, pasta, zumos naturales (denominados jugos) y un 2×1 en pisco bastante interesante para el calor del desierto. Para almorzar, es interesante fijarse en los menús que ofrecen numerosos restaurantes y conviene alejarse un poco de las calles principales. Puedes comer en Sol Inti por un menú de 4.500 pesos con varias opciones para elegir.
Desde el Valle de la Luna y el Valle de la Muerte, hasta los Géiseres del Tatio, pasando por la Laguna Céjar y el humedal del Vado Putana, Atacama engancha y estremece a partes iguales.
El desierto puso punto final a un viaje maravilloso en el que contamos con el apoyo y la guía de nuestros amigos chilenos Fran y Feli, y con Salomé y Nino, grandes compañeros de kilómetros, aventuras e historias chilenas que siempre recordaremos.
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